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Artículo

Relación entre suicidio y ocupación laboral

Profesiones con mayor riesgo y estrategias de prevención
M Dolores Braquehais Conesa

Dra. María Dolores Braquehais Conesa

Psiquiatra. Jefa Clínica. Programa de Atención Integral al Profesional de la Salud Enfermo.
Cínica Galatea
Profesiones con riesgo de suicidio

El suicidio es un problema de salud pública de primer orden, especialmente, aunque no sólo, en los países desarrollados. Se trata de un acto cuya génesis es compleja, pues intervienen, como en todo asunto humano, cada persona y su circunstancia. Se sabe que el paro es un factor de riesgo de suicidio. Pero, cuando nos centramos en la población empleada, se sabe que determinados grupos profesionales tienen mayores tasas de suicidio que otros

En España, según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística, en 2020 se registraron 3.947 muertes por suicidio. Las profesiones con mayores tasas de suicidio en nuestro país son las relacionadas con las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y los profesionales de la salud. En un amplio meta-análisis sobre el tema, llevado a cabo por Milner y colaboradores (Milner et al., 2013), se encontró que las profesiones con menores requerimientos de capacitación profesional tenían mayor riesgo de suicidio consumado que otras profesiones (personal de limpieza o la construcción, entre otros). También se encontró mayores tasas de suicidio entre agricultores o granjeros, militares, fuerzas de seguridad, bomberos y profesionales de la salud. En cuanto a estos últimos, se sabe que tienen un riesgo incrementado médicos, veterinarios, enfermeras/os y dentistas, aunque también en técnicos de emergencias o ambulancias.

Hay mayores tasas de suicidio entre agricultores o granjeros, militares, fuerzas de seguridad, bomberos y profesionales de la salud.

Debido a la feminización de las profesiones dedicadas al cuidado de otros, las tasas de suicidios consumados en mujeres y hombres en estos colectivos se equiparan, a diferencia de en la población general, donde los suicidios son más frecuentes en hombres y los intentos sin final letal, más habituales en mujeres.

¿Por qué algunas profesiones tienen mayor riesgo de suicidio?

A la hora de analizar el por qué de las mayores tasas de suicidio en determinadas profesiones es preciso adoptar modelos inspirados en el análisis de sistemas complejos. En este sentido, cabe tener en cuenta desde los factores estrictamente biológicos (sexo, edad), hasta los personales y los asociados a las circunstancias propias de cada persona. En lo tocante al entorno laboral, los aspectos están relacionados con la remuneración económica, la consideración social, el grado de autonomía, la precariedad o estabilidad de los contratos, la organización del trabajo, las características de la institución, las dinámicas interpersonales y jerárquicas, la cultura de cada entorno laboral, la sobrecarga de horas de trabajo y la exigencia debida (tanto estrictamente física como mental, aunque ambos aspectos no puedan separarse entre sí). 

Las principales razones con las que se ha relacionado el riesgo incrementado de suicidio en determinados grupos profesionales (como fuerzas y cuerpos de seguridad o profesionales de la salud) son:

  1. La accesibilidad y conocimiento del uso de medios potencialmente letales.
  2. Las reticencias a pedir ayuda cuando aparece un trastorno mental o una situación de claudicación personal.
  3. Determinadas situaciones a las que deben exponerse en el ámbito laboral este tipo de profesionales.
  4. La exposición frecuente a situaciones traumáticas que disminuye el umbral de atreverse a dar el paso suicida.
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Guía de recomendaciones para la prevención del suicidio

En cuanto al riesgo incrementado observado en profesionales de menores exigencias de capacitación profesional, puede estar relacionado con factores no estrictamente ocupacionales sino con la mayor precariedad socioeconómica o la dificultad de acceso a atención apropiada tanto a nivel de salud mental como de recursos sociales. 

Hay otros aspectos relacionados con el quehacer diario que, sin importar la profesión, se han asociado con mayor desgaste emocional. Algunos de ellos bien podrían catalogarse bajo la rúbrica de «nueva alienación laboral». En concreto, sufren más quienes tienen baja capacidad de control sobre la propia tarea, baja consideración social y económica y altas exigencias laborales. Esta situación sostenida en el tiempo puede llevar, en determinadas circunstancias, a una claudicación personal que haga que la persona comience a considerar el suicidio como alternativa. 

Sufren más quienes tienen baja capacidad de control sobre la propia tarea, baja consideración social y económica y altas exigencias laborales.

Por otra parte, en profesionales de alta autoexigencia, el riesgo de suicidio puede aumentar en situaciones como la degradación del status jerárquico o académico, estar inmerso en procesos disciplinarios o legales u otras circunstancias que se viven como una pérdida de valía profesional (errores, no consideración por parte de los compañeros, etc.), especialmente en aquellas ocupaciones con alto contenido vocacional en la que el trabajo es un aspecto nuclear de la identidad personal y se ve amenazado por una u otra razón.    

Intentando comprender el suicidio: cambiando el paradigma

Durante años, se ha empleado el modelo de estrés-diátesis de John Mann (Mann, 1999) para poder explicar el suicidio partiendo de un desequilibrio entre factores de riesgo y protectores. Sobre una vulnerabilidad individual condicionada por una amalgama de variables biológicas, psicológicas y sociales, impactarían determinadas situaciones de sobrecarga (depresión, eventos traumáticos, etc.) que podrían activar dicha conducta. En este modelo, se subraya que en el 90% de los suicidios cabe identificar un trastorno mental subyacente, el más frecuente de los cuales sería la depresión.

Últimamente, se ha cambiado el abordaje del suicidio desde el punto de vista clínico y, sin desdeñar la importancia de lo que aporta el modelo de Mann, se ha puesto el énfasis en el proceso mental que lleva a alguien a decidir quitarse la vida. Porque es éste el que puede marcar la diferencia entre uno y otro individuo que incluso comparten los mismos factores de riesgo y protectores. En esa línea cabe encuadrar los modelos de Edwin Schneidman, Roy Baumeister, Thomas Joiner o Maurizio Pompili (Pompili, 2018). Un abordaje más ambicioso aún, pero necesario a nivel antropológico, debería enriquecer dichas aportaciones, más ubicadas en lo «intrapsíquico», con enfoques más sociológicos. Estos procuran relacionar las tasas de suicidios con los cambios en las formas de vida, de vinculación personal y con el manejo del malestar, entre otros, asociados a un contexto determinado. 

Un problema de salud pública

Un problema de salud pública

A nivel mental, la mayor parte de los suicidios tienen lugar ante un dolor psíquico intolerable, aunque también hay suicidios que pueden obedecer no tanto a la desesperación como al sacrificio en aras de un ideal (como es el caso de los kamikazes o los terroristas que se inmolan por un bien superior o de quienes se suicidan en el contexto de rituales funerarios pero también por honor). Se estima que por cada suicidio consumado hay entre 10 a 15 intentos de suicidio. La gravedad de estos puede ponderarse teniendo en cuenta las consecuencias médicas del intento. Pero, a nivel psicopatológico, resulta clave valorar si el sujeto ha adoptado medidas para evitar ser rescatado y el grado de letalidad pretendido con el método empleado. Es importante también valorar si, una vez producido el intento de suicidio, la persona recapacita y critica lo sucedido o lo lamenta. La exploración de estos aspectos resulta clave a la hora de decidir el tratamiento idóneo a seguir tras dicha tentativa. 

Últimamente, se ha cambiado el abordaje del suicidio desde el punto de vista clínico y se ha puesto el énfasis en el proceso mental que lleva a alguien a decidir quitarse la vida.

Desde el punto de vista «mental», lo más frecuente es que la persona que considera y al final lleva a cabo un intento de suicidio (que puede ser fatal) entre en un proceso (que puede durar segundos, minutos o, a menudo, días) en el que esta opción comienza a verse como la única salida a una situación de sufrimiento «interno» insoportable. Éste puede venir provocado por una situación que, en líneas generales, podría vivirse como fracaso, pérdida (real o simbólica) e incumplimiento de expectativas. La emoción predominante no siempre es la tristeza sino que puede ser la rabia y, de manera menos común, el miedo. Este malestar incoercible se suele acompañar de intenso desasosiego (puede mostrarse como agitación o insomnio o bien como desesperación). A medida que ese malestar intenso se acrecienta, la conciencia entra en un funcionamiento «en túnel», por explicarlo de algún modo, en el cual ya sólo comienza a verse como única alternativa al sufrimiento la propia muerte. Se ignoran los motivos que pueda haber para seguir viviendo. 

Esa situación de intenso dolor psíquico acaba poniendo en marcha un modo de pensamiento, por decirlo de algún modo, intolerante con respecto a otras alternativas para afrontarlo. El suicidio es la única salida para una mente ofuscada que sólo contempla esa salida. El proceso puede frenarse en ese momento, si el sujeto decide pedir ayuda (ya estaría, entonces, saliendo del modo en túnel, con una única opción final). Pero puede ser que siga adelante y llegar a un punto en que se sienta capaz de llevarlo a cabo. Es lo que se llama «capacidad adquirida» de hacerse daño o «desinhibición». A veces, lo facilitan sustancias como el alcohol u otras, que activan precisamente la desinhibición necesaria para dar el paso definitivo hacia el final fatal. También hay mayor capacidad de hacerlo entre quienes ya han llevado intentos previos o están «familiarizados» con la muerte, como es el caso de algunas ocupaciones que antes hemos señalado. 

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En todo este proceso, un elemento clave a nivel clínico es la calidad del vínculo terapéutico. También el poder apaciguar el estado de intensa agitación que suele acompañar al dolor psíquico. Ambos aspectos pueden contribuir a que el sujeto pueda desandar esa certeza de una única salida para su malestar: el suicidio. En las personas que tienen disponibilidad de medios letales, es clave que en las épocas de intenso malestar psíquico no tengan acceso a las mismas. También la ayuda del entorno afectivo, siempre que sea posible, para que la persona en crisis no se sienta aislada en su dolor. No siempre podrán ser capaces de proporcionar alivio pero sí, por ejemplo, de instar a la petición de ayuda especializada, si resulta necesario. En los casos en que el riesgo de suicidio es inminente, puede ser preciso un ingreso hospitalario en una unidad de psiquiatría, con el fin de minimizar, en lo posible, las posibilidades de autolesionarse y contribuir a que se reduzca el malestar intenso. 

Estrategias de prevención en las profesiones de mayor riesgo   

De cara a la prevención del suicidio en las profesiones de mayor riesgo, es preciso tener en cuenta tres líneas de intervención. La prevención universal (evitar la aparición del mismo), la selectiva (facilitar la detección temprana, por ejemplo, de ideación suicida) y la indicada (intervenir cuando ya se ha producido el intento de suicidio). Hasta la fecha, a nivel de la población general, las dos estrategias de prevención más eficaces, en este sentido, han sido las medidas de salud pública que han ayudado a restringir el acceso a medios letales (como es el caso, por ejemplo, de las barreras arquitectónicas o el gas doméstico) y también la mejora en la identificación y abordaje de los estados depresivos y otras situaciones que activan la ideación suicida, además de la provisión de programas de intervención específica en caso de identificarse riesgo de suicidio. 

Algunos programas, especialmente en países anglosajones, han hecho énfasis en las medidas de prevención universal en los colectivos profesionales de mayor riesgo. En la mayoría de intervenciones, que pueden tener lugar en formato presencial, telemático, o combinando ambos, se coincide en mejorar las estrategias de identificación de malestar psíquico, evitando, así, la negación, minimización o racionalización de las mismas, así como la demora en la petición de ayuda cuando sea necesario. De algún modo, también se pretende facilitar un cambio en la actitud con respecto a los trastornos mentales en estas profesiones, evitando el estigma internalizado y promoviendo un abordaje proactivo con respecto al malestar. Algunos estudios avalan la efectividad de este tipo de intervenciones a la hora de reducir las tasas de suicidio en estos colectivos. La prevención universal suele correr a cargo bien de instituciones sanitarias o de las asociaciones profesionales, bien de programas más amplios de prevención del riesgo de suicidio promovidos desde las autoridades sanitarias de cada país. 

Las dos estrategias de prevención más eficaces han sido las medidas de salud pública que han ayudado a restringir el acceso a medios letales y la mejora en la identificación y el abordaje de las situaciones que activan la ideación suicida

En cuanto a la prevención selectiva e indicada, es crucial que las personas de estos colectivos profesionales conozcan y dispongan de recursos de fácil acceso donde poder pedir ayuda cuando sientan que han claudicado sus mecanismos de afrontamiento. Y, una vez que pidan ayuda o accedan a recursos de tratamiento especializado, es clave que los profesionales que les atienden (generalmente, con competencias en el ámbito de la salud mental) sepan identificar a quienes tienen mayor riesgo. Esa valoración no puede basarse meramente en un algoritmo que contemple factores de riesgo y protectores, sino en valorar cuándo el sujeto puede estar entrando en ese proceso mental que hemos descrito con anterioridad. En estas circunstancias, es importante trazar un plan conjunto que permita la prevención del paso al acto. Cuando ya se ha producido el intento de suicidio y lo abordamos como profesionales de la salud, estaríamos hablando de prevención indicada, lo que suele tener lugar, habitualmente, en entornos de urgencias o de hospitalización. Un aspecto crucial en los profesionales de mayor riesgo de suicidio es que, en cualquier plan de prevención, el sujeto interiorice la importancia de pedir ayuda y acepte la autolimitación (a veces, temporal) en cuanto al acceso a medios potencialmente letales cuando se está en situación de mayor vulnerabilidad. En este sentido, es de gran utilidad, en estas circunstancias, contar con la colaboración del entorno para cuidar y proteger a la persona, siempre que ésta lo acepte.

También resulta clave no descuidar la importancia de la denominada «posvención», es decir, la intervención psicológica (a menudo, en formato grupal) con compañeros y compañeras de la persona que ha fallecido por suicidio. Este tipo de abordaje no sólo ayuda en la elaboración del duelo que este tipo de muerte «diferente» activa, sino que también puede contribuir a prevenir nuevos intentos que podrían producirse por imitación o contagio (lo que se ha denominado «efecto Werther»).  

Se sabe que algunos profesionales tienen un riesgo de suicidio incrementado comparado con otros. Más allá de las características individuales que puedan dar cuenta de ello, son factores comunes a estas profesiones la fácil accesibilidad y conocimiento de medios potencialmente letales, la tendencia a demorar la petición de ayuda cuando se presenta un trastorno mental o una situación de claudicación personal y la familiaridad con la muerte. Estos factores deben ser tenidos en cuenta a la hora de poner en marcha estrategias de prevención específicas que permitan reducir la incidencia de este fenómeno en dichos colectivos profesionales.  

Si tienes pensamientos suicidas, pide ayuda:

También puedes comunicarte con los servicios de emergencia locales de tu zona de residencia.